miércoles, 23 de mayo de 2007

En contexto

En cada lugar actuamos diferentes, nuestra esencia se expresa según las circunstancias. A veces se alcanan extremos cotidianos que resultan increíbles. Que venga un etólogo y me lo explique.

Lo que pasa siempre y rara vez nos damos cuenta de ello. Como la mayoría de las cosas. Vamos a tomar el ómnibus, llegamos a la parada, tomamos asiento. Orientamos nuestro cuerpo de espaldas a la publicidad luminosa rara vez interesante (suelen haber hermosas mujeres en ellas, a veces los hombres las miran), o por lo menos de perfil, y dirigiendo algo más que el rabillo del ojo para el lado que llegan los ómnibus. Ésa es la pose oficial. Así se espera un ómnibus, como si nos programaran desde la escuela para hacerlo de ese modo. Mirando la calle.
Algunos jóvenes reformatean su actitud y logran sentarse a caballito, pero mirando siempre para el lado por el que viene el bondi. Claro, esta orientación obedece a una razón práctica: hay que ver el ómnibus, el destino, la línea, si ya cruzó el semáforo, etc.
El cronista, embebido en grappamiel y borroso por el porro, recorrió las calles de la ciudad, de madrugada, junto a un alma gemela. El par de pronto dió con una parada de ómnibus, y decidió colonizarla. Hacerla su banco de plaza en plena vereda. Uno de los dos se sentó a contrapelo, enfrentando al otro (que parecía esperar un ómnibus). El cronista aquí intenta describir la inquietante revelación que vivió: el simple hecho de darle la espalda al ómnibus, de sentarse a caballito totalmente descolocado, sin encuadrar en la noción que su cabeza tenía, fuera de lugar en sí mismo, fuera del hábito de su cuerp de ser/estar así en una parada.
Hasta qué punto condiciona nuestro comportamiento el lugar físico en el que nos encontramos? Pregunta tonta que ignoraremos. Su complemento, la flecha patrás dice: ¿Hasta qué punto cargamos a un lugar físico con un signicado, qué tanto lo identificamos con una situación o lugar? Ejemplo obvio: nuestra casa, una mudanza. Uno hace su casa, uno le entrega a la casa cosas de sí, la hace suya. Luego la casa de uno es la casa de uno.
Pero uno a la casa la pinta, la adorna. Lo principal es lo que uno se hace a sí mismo. Uno se inscribe la casa bien profundo en su pensamiento, en sus sueños, en su rutina, en sus mañanas con tostadas, en el mate recién armado con un amigo. Uno se programa en contexto.
El cronista, como todos, se ha estado programando en la calle, en la parada de ómnibus, en muchos de esos lugares públicos que están muertos, destinados a ser receptores de la descarga de la gente, que esperando o caminando, va matando cuadras o minutos mascullando una mirada en la nada o apretando el paso con cara fruncida.

1 comentario:

coppelia dijo...

A pedido del público...aquí va mi participación:
Se me ocurrió un comentario!!!(Lo que confirma que siempre tengo algo para decir y las tonterías valen doble, claro)
Pero lamentablemente, esta tontería no puede ser publicada.
Que pena!!!